En el juego, cuando se llega la casilla del laberinto, hay que retroceder y, por tanto, se tiene la oportunidad de coger distancia para, desde una nueva perspectiva, encontrar un nuevo camino.
Como personas, siempre somos, pero no siempre estamos. El absentismo se define como la ausencia deliberada a la hora de acudir al trabajo o la costumbre de abandonar el desempeño de funciones y deberes relativos a un cargo. Está claro que el absentismo es uno de los grandes problemas en nuestras empresas. Se distinguen tres tipos de absentismos: el laboral, el presencial y el emocional. El primero se refiere a las ausencias por enfermedad prolongadas sin causa justificada; el segundo, a cuando una persona hace otro tipo de tareas distintas de aquellas para las que ha sido contratada en su puesto de trabajo; y la tercera, se refiere a las personas que sí realizan su tarea pero que no dan lo mejor de sí mismos y que, por tanto, no rinden en función de su capacidad, que no liberan todo su potencial.
Parece complicado: son tres caminos, tres síntomas y maneras de comportarse en apariencia diferentes. Es el momento de retroceder y mirar un poco más. Es evidente que su interés por el trabajo o por sus compañeros luce por su ausencia. Si talento —como hemos visto— es poner en valor lo que uno sabe, quiere y puede, está claro que o no quieren o no pueden. Las variables organizativas que pueden disparar el absentismo son el ambiente de trabajo, la calidad directiva, la motivación, la flexibilidad… Una empresa flexible organiza sus horarios en función de sus objetivos de negocio y los adapta a las necesidades de sus empleados. Basa su organización en la gestión por objetivos y favorece el desarrollo de su trayectoria profesional, rentabilizando a largo plazo, cuidando su salud física y emocional, reduciendo el absentismo y mejorando su productividad y la motivación de su gente.
Este es el camino del beneficio mutuo, que necesita recuperar valores tan importantes como la humildad, el agradecimiento y la capacidad de perdonar. La humildad es la virtud que nos hace conocer nuestras propias limitaciones y debilidades y obrar de acuerdo con este conocimiento. Debemos recuperar el valor de la humildad, reconocer el error, la necesidad de ayuda y de nuevos enfoques, con humor y humanidad para renovar las fuerzas que nos llevan a emprender un camino mejor. También es esencial mostrar gratitud. La gratitud y el reconocimiento son los mejores regalos que puede recibir una persona. Y, finalmente, el perdón, que consiste en renunciar a la venganza y querer, a pesar de todo, lo mejor para el otro.
Y así llegamos a dos grandes conceptos, la felicidad y el amor. Todos los seres humanos buscamos la felicidad. Pero esa búsqueda es, en realidad, el principio y el fin en sí misma. Vivimos en un mundo donde las expectativas sobre las posibilidades que nuestra vida nos ofrece son casi infinitas y, sin quererlo, nos vemos sumergidos en una espiral de gran avidez. Al no alcanzar las expectativas que nos hemos marcado y a las que, de alguna manera, creemos que tenemos derecho a llegar, nos sentimos insatisfechos.
Paralelamente, tenemos el hábito de procrastinar, es decir, dejar las cosas para mañana; hace referencia al síndrome de la felicidad aplazada. Solemos soñar con un mañana mejor, para posponer y dejar de vivir el presente. Olvidamos que lo único real que tenemos es el presente. Nuestra vida, la de personas y empresa, se decide en el presente, en un presente sereno, en el que, a través de nuestras acciones y nuestras decisiones, empezamos a construir el mañana.
Finalmente (principalmente), está el amor. Nos dice el filósofo griego que amar es “querer el bien para otro en cuanto a otro”. En este nuevo contexto, el amor debería entenderse como un amor alterocéntrico, en tanto que está centrado en la otra persona; perspicaz, que cuida los detalles y es inteligente; e irrestricto, esto es, que busca la realización en los proyectos en los que participa y su crecimiento. El amor no debe sostenerse en la bioquímica: la relación puede partir de la atracción mutua, pero debe consolidarse en la visión de un proyecto en común. Un verdadero amor siempre vuelve, nunca se acaba y deja un legado; es tranquilo y discreto, requiere serenidad y madurez; es omnívoro, porque se alimenta de lo positivo y de lo negativo; es leal a la palabra dada; requiere de tiempo y dedicación.