Nuestra sociedad se está volviendo cada vez más transparente debido a diversos factores. En primer lugar, por el mayor acceso a una creciente cantidad de información. La capacidad de reunir e interpretar datos masivos se ha visto facilitada por la aparición de nuevas tecnologías de la comunicación. Por otra parte, ha aumentado la vigilancia en todos los rincones del planeta. Los circuitos cerrados de televisión, los satélites y otros dispositivos capturan y registran millones de imágenes al día. El futuro de la transparencia está ahora en manos de la biotecnología y la nanotecnología. Por otra parte, los avances en genética nos permitirán anticipar enfermedades congénitas y abrirán un nuevo dilema sobre el acceso a la información. Esta creciente transparencia nos ofrece una perspectiva de mayor coherencia en la comprensión de nuestra sociedad globalizada y de nuestro entorno físico.
No resulta sorprendente entonces que las empresas también intenten sacar provecho de las posibilidades que ofrece una situación de transparencia como la actual. La información es la sustancia vital de los negocios: la capacidad de un conocimiento anticipado, de asimilación, organización, interpretación y utilización de la misma es el factor determinante en el éxito de una empresa. Las transacciones comerciales generan un elevado volumen de información sobre hábitos de consumo, capacidad adquisitiva, gustos y estilos de vida. Una vez analizada toda ella, se vuelve sumamente valiosa para quien la posea. Entre las primeras compañías en incorporar las tecnologías de la información se encuentra Wal-Mart: esta empresa (una de las pioneras en colocar el código de barras en todos sus productos) acumula e interpreta más información que cualquier otro hipermercado.
Pero no solo las compañías se limitan a estas operaciones. También los gobiernos se han beneficiado de las tecnologías de la transparencia. La combinación de vigilancia y acumulación de información es usada para saber más sobre los ciudadanos del propio país como también de los extranjeros. Tras los ataques terroristas del 11 de septiembre, la vigilancia se ha vuelto una prioridad a escala internacional. Sin embargo, uno de los puntos más polémicos en los procedimientos de inteligencia es la tendencia creciente a obtener información para un propósito y después utilizarla para otro distinto. En Londres, un sistema de vídeos diseñado para grabar las matrículas de los automóviles con propósitos fiscales produjo información que luego fue analizada por la inteligencia militar en la lucha contra el terrorismo. Esta es una tendencia que se repite en todo el mundo.
Por supuesto, tales escenarios llevan a interrogarse sobre el futuro de la intimidad de las personas. Pese a las demandas en favor de las libertades civiles y el derecho a la privacidad, la vigilancia de regiones, espacios públicos y personas continuará aumentando, aun a riesgo de convertir el mundo en un gran sistema de vigilancia panóptico. Esta circunstancia, ya esbozada por Jeremy Bentham dos siglos atrás, hace que la mera conciencia de estar siendo vigilado (de lo cual el individuo no puede estar seguro) funcione en sí mismo como un control efectivo para la inhibición del acto delictivo o indeseable. Es algo que no queda muy lejos de la realidad con la que se enfrentan millones de consumidores y ciudadanos: mientras son observados, ellos no pueden ver al ojo que los controla.
No obstante, debe señalarse que, en numerosas ocasiones, la situación de transparencia funciona al servicio de los ciudadanos y del cumplimiento de sus derechos. Por ejemplo, un creciente número de ONG´s recopila información sobre compañías que contaminan el medio ambiente y la pone a disposición de ciudadanos y funcionarios en la página scorecard.org. La consecuencia favorable terminará siendo que las corporaciones y los gobiernos, sabiéndose observados, se preocuparán de tomar decisiones de responsabilidad social para evitar futuras reclamaciones.
El inconveniente que se presenta es que vivimos, de alguna manera, sobrecargados de información. Tanta novedad es imposible de procesar. Así como un elevado grado de investigación puede contribuir a conocer mejor nuestro mundo, también puede generar incredulidad. ¿Qué cosas son creíbles de entre el enorme cúmulo de información que recibimos? Imposible contestar con certeza. Un escenario así es el caldo de cultivo para la difusión ilimitada de toda una variedad de rumores y teorías conspiradoras acerca de los acontecimientos relevantes de la historia. Lo sorprendente es que, además de impresionar con su dosis de imaginación, esas fábulas pueden llegar a influir en estrategias empresariales o decisiones gubernamentales. Un rumor muy difundido, que señalaba a Coca-Cola como financiadora de grupos paramilitares del narcotráfico, generó un conflicto en una reunión de inversores de la firma e incluso provocó la salida de la empresa de uno de ellos. Después del atentado del 11 de septiembre circularon especulaciones muy populares sobre la participación (o complicidad) de los Estados Unidos e Israel en los ataques. Mientras por un lado los ingenuos acaban desorientados, creyendo y defendiendo las teorías conspiradoras, otros participan con mala fe en su difusión para obtener algún tipo de recompensa.
Sin duda, la próxima década será testigo de un incremento de la sospecha, la desinformación, los errores y las explicaciones de tipo conspirador. Como consecuencia, la capacidad de un individuo o grupo para conservar intacta su reputación se convertirá en un valioso y decisivo elemento, tanto en los negocios como en la vida privada.