Introducción
Unos 550 millones de personas visitan cada año las más de 270 tiendas de IKEA, distribuidas en 44 países, atraídas por su famoso catálogo. Un catálogo cuya tirada solo puede equipararse con la de la Biblia. Sin embargo, pocos saben cómo surgió el “fenómeno” IKEA. Su historia es inseparable de la de su fundador, Ingvar Kamprad, hijo de un agricultor, un emprendedor y trabajador incansable desde su más temprana edad. A los 17 años, Kamprad fundó su propia empresa, el germen de la IKEA de hoy, basada en una idea de negocio cada vez más ajustado a precios bajos, con tiendas construidas en “plantaciones de patatas”, diseño sueco, calidad aceptable y con una oferta de productos cada vez más variada. La suya fue una aventura empresarial típicamente sueca: fruto del desarrollo de la sociedad del bienestar y, a la vez, una contribución a esta.
Con el tiempo, la empresa se ha convertido, cada vez para más segmentos de jóvenes, y en particular de mujeres, en una de las opciones más atractivas para buscar trabajo, y la marca comercial se ha afianzado como una de las diez primeras de todo el mundo.
A este respecto, las cifras no vienen sino a confirmar el milagro IKEA, cuyo ímpetu de progresión no deja de asombrar. Así, en la actualidad, la compañía factura más de 20 000 millones de euros y cuenta con más de 120 000 empleados. Mercados aún por explotar, como el de China, se encuentran ante nuevos movimientos expansivos; en otros países, como Turquía y Rumanía se está preparando el terreno. El clásico catálogo ha sobrepasado ya los 200 millones de ejemplares en 56 ediciones y 27 idiomas.
IKEA tiene muchos trucos y secretos que enseñarnos a través de su modelo de negocio y de la historia personal de su fundador. Uno de ellos tiene que ver con su propósito de mantener la empresa fuera de la Bolsa. En tanto que la Bolsa da prioridad al valor de las acciones/beneficios netos, un grupo empresarial propiedad de una fundación puede optar por la perspectiva de futuro y el desarrollo sostenido. El no cotizar en Bolsa garantiza la libertad de decisión y el poder construir para el futuro con total tranquilidad. Lo que constituye la magia y el empuje es el crecimiento en sí.
Otro secreto, tan importante como el anterior, es la fidelidad a los orígenes o el sentimiento de orgullo por la propia historia. La empresa, cuanto más se globaliza, más enamorada parece de su herencia sueca. La diligencia, la energía, el ahorro, la creatividad, la humildad o el placer de triunfar juntos son las virtudes corporativas a las que sus empleados tratan de permanecer siempre fieles.
Otra respuesta acerca de lo que puede enseñarnos IKEA se refiere a la capacidad de innovación. Y esto va desde lo más nimio (como cuando el fundador se empeñó en que, a la salida de las cajas de la tienda, se vendiesen perritos calientes baratos, algo que todo el mundo da por supuesto en la actualidad) a lo más importante (como cuando el formato de gran comercio construido en un campo de patatas cambia de aspecto para convertirse en cubos dispuestos en gigantescos centros comerciales de todo el mundo).
El libro La historia de IKEA, editado hasta el momento en 13 idiomas y con más de 80 ediciones en Suecia, pretende presentar, a través de innumerables testimonios y hechos, el verdadero relato del nacimiento de IKEA; cuenta además con gran cantidad de material directo y palabras textuales de su fundador.
Parte 1: Hijo de inmigrantes
Ingvar Kamprad nació en 1926, en el municipio de Pjätteryd de la Suecia meridional, nieto de un inmigrante alemán que fue a Suecia a finales del siglo XIX. Sus primeros años los vivió en Majtorp, una granja adquirida por su familia, situada en Ljungbyvägen, a medio camino entre Älmhult y Pjätteryd.
El joven Kamprad empezó muy pronto a dedicarse a los negocios. Su tía lo ayudó a comprar un gran paquete con cien cajas de cerillas en el bazar Estocolmo, por tan solo 88 céntimos. Después, fue vendiendo las cajas de cerillas una a una, por 2 o 3 céntimos y, en ocasiones, hasta por 5 céntimos la caja, con lo cual ganaba entre uno y varios céntimos por unidad: así obtuvo sus primeros márgenes de beneficio.
Más adelante, se dedicó a vender tarjetas de Navidad, folletos navideños, gorros o pescado que había capturado él mismo y luego vendía de casa en casa en su bicicleta. Cuando cumplió los once años, su gran negocio fue la reventa de semillas de jardín de la empresa de semillas JP Persson, en Nässjö. Este fue su primer gran negocio, con el que ganó dinero. Vender cosas se convirtió, desde ese momento, en una idea fija. No es fácil saber lo que movía a un niño a tal empresa, salvo el deseo de ganar dinero y el asombro al comprobar que se podía comprar tan barato y vender por un poco más.
Llevaba el comercio en la sangre. Su madre procedía de una familia de destacados comerciantes de Älmhult. Su abuelo materno estaba al frente de una gran tienda de comestibles y ferretería en dicha ciudad, la CB Nilsson. Se trataba de una tienda de comestibles rural a la vieja usanza, con cuatro o cinco dependientes; perfume a arenque, golosinas y piel curtida; un gran jardín trasero donde alimentaban a los caballos; y un almacén donde había de todo, incluso dinamita.
Cuando CB Nilsson dejó de existir como comercio, el destino quiso que IKEA, en cierto modo, tomase el relevo. Tras su cierre, en los años sesenta, Kamprad compró el edificio y la tierra correspondiente. Gracias a esta compra y de otras en el municipio, IKEA pudo seguir expandiéndose justo en el mismo lugar en el que todo empezó, frente a la estación de Älmhult. Sobre la base del colmado crecieron unos grandes almacenes, cuyos muebles se hacían con la madera de los bosques de alrededor.
Isabel Maria Lara Lara
Una historia apasionante de como un muchacho desde la nada construyo un imperio.