El evidente fracaso de las políticas monetarias expansionistas ha creado una «nueva» escuela. Lo digo con ironía, porque es la más vieja de la historia: crear dinero de la nada para financiar «al pueblo». Y «el pueblo» es, por supuesto, el gobierno. Se denomina teoría monetaria moderna, pero es exactamente lo mismo que se ha hecho muchas veces a lo largo de la historia, desde los asignados franceses a Allende en Chile, Kicillof en Argentina o Maduro en Venezuela. Y con el mismo resultado: una enorme inflación, destrucción de la moneda, culpar a los «especuladores» de la estanflación, pobreza, escasez y, por último, la quiebra.
Recordemos. La creación indiscriminada de dinero no respaldada por ahorros se encuentra siempre detrás de las grandes crisis y siempre hay alguien dispuesto a justificarla como un problema y su solución. Para empezar a desmontar esta nueva atrocidad inflacionista, debemos entender qué es el dinero y por qué «crearlo» artificialmente sin base destruye más de lo que aparentemente crea. Puesto que el dinero es un medio de cambio y de pago que debe aceptarse ampliamente, si los ciudadanos pierden la confianza en su valor a causa de su manipulación, desaparece como medio de cambio, reserva de valor y unidad contable.
El dinero, en su función de medio de cambio, facilita el comercio, con lo que se evita el trueque. Cuando los propios ciudadanos cuestionan su valor, cuando pierde su lugar como reserva, la economía se destruye, pasando de una crisis a otra, las cuales se vuelven cada vez más rápidas y violentas. El engaño que los inflacionistas nos quieren vender es que dinero es igual a moneda. Y no lo es. La moneda es un compromiso de las autoridades que facilita el intercambio de bienes y servicios, y es generalmente aceptada. La moneda no es generalmente aceptada o tiene valor porque lo decida un comité, sino porque los ciudadanos lo aceptan para el intercambio. El dinero es la representación del valor real de los bienes y servicios de una sociedad, pero el valor del dinero es el que le conceden los ciudadanos, no lo que dice un gobierno.
Cuando el Estado pervierte la función de la moneda como garantía de valor y crea billetes a su antojo que no reflejan el valor del dinero, no está creando «dinero» ni mucho menos «riqueza». Está falsificando moneda igual que un contrabandista que fabrica una máquina de imprimir billetes. Y los ciudadanos perciben ese engaño, igual que un comerciante que nota que los billetes falsos que recibe no tienen la textura, tinta o caligrafía correcta. Al conocer el engaño, son los ciudadanos los primeros que rechazan esa moneda artificialmente creada y buscan preservar valor a través de la compra —en el mercado legal o ilegal— de otras monedas que sí son reserva de valor.
Suena prometedor. El banco central «crea» nuevo dinero y se lo entrega a los ciudadanos para que puedan gastarlo, lo que impulsa el consumo y mejora la economía. Sí, salvo por el hecho de que no lo hace, pues no es más que el efecto equivalente a una subvención improductiva: en el momento en que se detiene o se traslada a los precios, genera un efecto negativo superior al supuesto beneficio que pretende generar. Y no se ha dado un solo ejemplo en la historia en el que no se haya destruido la economía con estas ideas.
Por supuesto, el socialismo inflacionista de la MMT os dirá que la creación de dinero ya ocurre, en la banca privada, y que esto es lo mismo, pero desde el gobierno y para el pueblo, por lo tanto, mejor, «solidario» y «social». Siempre se acude a las palabras «solidario» y «social» para justificar el robo de los ahorros y riqueza de los ciudadanos. Lo que identifican correctamente es la ineficacia y enormes desequilibrios que genera la creación indiscriminada de dinero por parte de los bancos centrales, pero con sus «teorías» lo empeoran. Es decir, en vez de darse cuenta de que el problema es imprimir moneda o crédito sin control le adjudican al Estado una condición angelical que hará que ese error se subsane gracias al control político de la creación y distribución del dinero.
En el caso del sistema monetario actual, fallido también, al menos se cuenta con una serie de señales de alarma, ya que está basado en la monitorización constante de riesgo, rentabilidad y capacidad de prepago, y en un mercado secundario que provee de medida de control y demanda real, de reflejo de precio. Y, aun así, falla, como no puede ser de otra manera, porque se crean señales de demanda falsa bajando los tipos de interés y alterando la masa monetaria. Imaginad cuando todos los mecanismos de control y riesgo se eliminan y se ponen en manos del poder político. E imaginad, aún peor, si se ponen en manos de un poder político cuyo objetivo es apropiarse de los medios de producción y para el cual los precios no son un reflejo de la oferta y demanda, sino algo que decide ese poder político por decreto.
Asumir que el poder político no tiene incentivos para generar enormes desequilibrios a su favor es simplemente ridículo. Pero asumir que el Estado sabe prestar mejor y crear más riqueza que el sector privado es simplemente hilarante. Nos encontraríamos ante un poder que consideraría que dos más dos suman veintidós porque lo decide un comité por nuestro bien, y que si el mundo no acepta esa ecuación es porque está en contra del pueblo. Como explicaban en un episodio de Juego de Tronos: «no le importaría ver quemarse este país si se quedase como el rey de las cenizas».