Introducción
Que no cunda el pánico. No se trata de propaganda comunista. Respire tranquilo. Nadie va a arrebatarle su dinero. Nadie va a restringirle su libertad de empresa. Pero ha de saber, eso sí, que el viejo Marx tenía razón. Él predijo lo que usted está viviendo. Él anunció que los trabajadores serían los llamados a poseer los bienes más preciados. Él anticipó que los principales medios de producción estarían en manos de las clases proletarias. Mire a su alrededor. ¿Cómo se crea la riqueza en el mundo en que usted vive? ¿Intercambiando espejos por oro? ¿Empujando palancas durante días y meses? ¿Repartiendo dinero y girando cheques? No se engañe. Detrás de toda empresa exitosa hay un pequeño cerebro, o un puñado de ellos, haciendo lo que ni los diamantes más refinados, ni los brazos más fornidos, ni los talonarios más opulentos han podido hacer: pensar, crear e innovar.
El 70 u 80% del trabajo -en ocasiones mucho más- en una empresa moderna depende del intelecto de sus empleados. Esos 1.300 gramos de materia viscosa y gris son el principal medio de producción de nuestro tiempo. Y el único dueño de cada cerebro es aquel que lo porta en su cabeza. Trabajadores de todos los rincones: ¡Sois vosotros quienes detentáis el más preciado de los bienes económicos! Los gobiernos pueden insuflaros con toda la propaganda que deseen, pero sois vosotros los que decidís; para bien o para mal, sois vosotros los únicos responsables de vuestras mentes. ¡Nadie os puede usurpar vuestros cerebros!
Hace algunas décadas, las cosas eran diferentes, tal como lo ilustra este lamento de Henry Ford: “¿Por qué cuando quiero un par de manos tengo que quedarme con todo un ser humano?”. Sus palabras han perdido vigencia. Los obreros “idiotas” ya no sirven a nadie. Ahora, de hecho, las manos sobran. Ensáyelo una vez. Reúna un tropel de cerebros y déjelos actuar. Que prescindan incluso de sus manos. Se sorprenderá.
No hace muchos años, cuando Estados Unidos envió sus tropas a combatir en Vietnam, solamente el 15% de los soldados tenía un grado universitario. Poco tiempo después, en la guerra del Golfo de los años noventa, el 99,3% de los combatientes americanos tenía ese nivel de formación. Hoy por hoy, la fuerza bruta sólo lleva las de ganar sobre un cuadrilátero de boxeo. Ni las guerras se ganan ya sólo con su presencia. Vivimos en una aldea funky impulsada por neuronas. Se estima que el 90% de los científicos que han pisado la Tierra están vivos actualmente.
Bienvenido al mundo regido por los mercados y por el hombre. La libertad manda. No más reyes y reinas, no más imposiciones. El cliente, ahora más que nunca, tiene la razón. También el poder. Atrás quedaron los consumidores sumisos, leales, estúpidos y humildes. En la aldea funky los individuos han tomado conciencia de su importancia.
Ya nadie puede detentar un conocimiento por largo tiempo. Se acabaron esos monopolios de entonces, donde alguien explotaba durante años enteros su exclusividad. Diseñe un nuevo producto y antes de que lo saque al mercado ya habrá alguien en las calles ofreciendo una versión mejorada.
Las fronteras se desdibujan, las viejas reglas ya no existen, todo está a disposición de cualquiera, los trabajadores y los consumidores dominan la partida, la competencia es continua y la velocidad irrefrenable. En un entorno así, no podemos hacer negocios como antes. Hacen falta negocios diferentes. Negocios creativos. Negocios inusuales. Negocios sorprendentes. Negocios impredecibles. Hacen falta negocios funky.
Las fuerzas del funk
Si baja la mirada y observa sus pies, podrá ver el territorio funky. Aunque lo ignore o se empeñe en negarlo, usted está parado en él. La intrincada configuración del mundo funky está cada vez más presente y cada día con más ímpetu; además, se ha ido gestando simultáneamente en tres revoluciones que se complementan unas a otras:
1- Cambio tecnológico. Hace pocos años, la tecnología se asociaba a un grupo de científicos exóticos que pasaban largas horas en sus laboratorios realizando actividades crípticas e incomprensibles. Se asumía como una competencia exclusiva de la industria militar o de la exploración espacial. Algo muy lejano de la vida diaria. Pero salga ahora y pregúntele a un niño qué entiende por tecnología. Le enseñará su teléfono móvil, le dejará usar su iPod, le hablará del último videojuego o de la última película de animación digital. ¡La tecnología al alcance de todos! Bajo el influjo del capitalismo imperante, los adelantos tecnológicos se volcaron al servicio de las masas. El dinero estaba allí. En la industria del entretenimiento, en los videojuegos y en las películas. Y las mismas firmas que hace unas décadas trabajaban para el ejército norteamericano, ahora pasan las facturas a Disney o a Nintendo.
Johannes Gütenberg impulsó la primera revolución del conocimiento en 1452, cuando inventó la imprenta. Unos 500 años después, el surgimiento de la radio y la televisión significó una segunda revolución. Y hace apenas un par de décadas nació la tercera, con el auge de Internet. Por esta vía, el conocimiento circula con inmediatez y no conoce fronteras. Los costos de las telecomunicaciones se reducen hasta tal punto, que ya es posible hablar de forma gratuita con otras personas en cualquier parte del mundo.
Transferir bits en lugar de átomos reduce de forma espectacular los costes de transacción; si usted imprimiera el catálogo virtual de Amazon, tendría un pesado ejemplar equivalente a catorce guías telefónicas de Nueva York. Pero además de comodidad y menores costes, las nuevas tecnologías permiten a los consumidores obtener información y consejos de cada producto en un mar de blogs y comunidades virtuales que se alimentan y actualizan diariamente. La información fluye libre e incontrolable. El tiempo es más corto y las distancias, menores. Ha emergido un séptimo continente y se llama ciberespacio.
¿Usted sigue negando la magnitud del cambio? No olvide que una tarjeta de felicitación que canta el “Cumpleaños feliz” cuenta con más medios informáticos de los que había en el mundo entero en 1950, o que un coche promedio tiene más sistemas informáticos de los que tenía el Apolo que llevó a los hombres a la Luna. La tecnología, la información y las comunicaciones fijan el ritmo de los negocios funky.
Si en un desierto informativo las empresas o los gobernantes tenían el poder y el control, no sucede lo mismo en la jungla de la información; todo el que presume de contar con información privilegiada es retado por millones de personas que también la conocen. La tecnología de la información permite la total transparencia y trastorna las redes del poder. Así pues, hoy cualquiera puede desafiar a toda autoridad.
Esta revolución tecnológica influye en todo y nos afecta a todos. Se dice que todos estamos “enchufados”, aunque ahora, con el auge de las tecnologías inalámbricas, resulte más correcto decir que estamos “desenchufados”. La red permite el anonimato, pero no la invisibilidad. Cualquiera puede pasar desapercibido para otros, pero ninguno puede entrar sin dejar rastro. Nuestros movimientos son cada vez más conocidos y nosotros más catalogables.
Estos cambios, por último, alteran cadenas de producción y tienden a extinguir muchos intermediarios cuya utilidad desaparece. ¿Para qué comprar un billete en una agencia de viaje si se puede acudir directamente y de forma más económica a la compañía aérea? La transparencia que ofrecen las nuevas redes de información pone en evidencia a los que no aportan ningún valor. En su lugar surgen otros: los corredores de información que saben navegar y orientarnos en una infinidad de datos ininteligibles.
2- Instituciones. Una institución es una estructura social creada con el fin de generar estabilidad y seguridad, además de estar constituida por un conjunto de acuerdos contractuales que son capaces de reunir a la gente en organizaciones tan diversas como los partidos políticos, los matrimonios, las empresas, los estados y demás. Mientras que los individuos nos enfrentamos a las angustias incesantes de la vida diaria, la sensación de pertenecer a instituciones con una permanencia intemporal reduce nuestra incertidumbre y nos procura tranquilidad. A cambio de hacernos más fácil y llevadera la vida, las instituciones se cobran una porción de nuestra libertad. Así, ellas determinan unas reglas y fijan unos parámetros de acción para sus miembros, definiendo, en gran medida, el comportamiento de las personas y de la economía. De ahí la importancia capital que adquiere cualquier transformación institucional; en los últimos años, casi todas han experimentado cambios drásticos con respecto a su historia reciente:
- El capitalismo: Su supuesta buena salud no es más que un invento de la imaginación de algunos, o de la propaganda de otros. Aun así, y reconociendo que dista mucho de ser un modelo perfecto, parece ser el menos imperfecto que hemos diseñado, y no sólo sigue vigente, sino que muy posiblemente lo seguirá siendo por mucho tiempo, reinventándose a sí mismo de forma continua, para superar sus falencias. Por otra parte, en la actualidad resulta imposible hablar del capitalismo como una fórmula estándar y, ante la creciente variedad de modelos, resulta mejor hablar de los capitalismos. Asistimos, pues, a un conjunto de capitalismos en perpetua revolución interna.
- El Estado-Nación: Las unidades de análisis que priman hoy en día poco tienen que ver con la soberanía estatal sobre un espacio geográfico. En el momento de agremiar colectivos, criterios como el idioma, la cultura, la edad, el género, el clima, el estilo de vida o las preferencias sexuales han resultado ser mucho más significativos. Los problemas cruciales de la humanidad no tienen fronteras y la institución del Estado-Nación ha perdido su poder real. En su lugar, emergen con fuerza creciente instancias supraestatales, como la Unión Europea, los TLC o el Mercosur, que pueden gestionar las necesidades de una comunidad global y, de este modo, también emergen instancias enfocadas mucho más a grupos concretos, que pueden atender situaciones particulares. El tamaño y la naturaleza de los Estados-Nación no permiten ni lo uno ni lo otro. Quizás llegue pronto el día en que las Naciones Unidas den paso a las Empresas Unidas.
- Los partidos políticos: Recientemente en Gran Bretaña, la final del reality Big Brother (Gran Hermano) superó la votación de las elecciones parlamentarias. En un mundo cada vez más fragmentado y plural, la coherencia política que pretende un partido para reunir intereses y representar a los ciudadanos no deja de ser una entelequia. Hoy por hoy, aglutinamos fácilmente unas ideas de un partido, otras de otro y unas terceras del que está al lado. Nuestra visión del mundo es fragmentada y, por tanto, no responde al marco de coherencia que pretenden los discursos políticos unívocos y exhaustivos.
- La empresa eterna: Ese ideal burocrático de una institución perenne ha muerto. Las empresas son algo desechable, con una utilidad puntual y reducida en el tiempo, capaz de ceder y dar paso a nuevas empresas. En Silicon Valley, uno de los lugares del mundo con mayor tasa de crecimiento y éxito empresarial, el índice de mortalidad de las empresas es extremadamente elevado. El objetivo de la empresa parece redirigirse hacia la explosión frenética de creación en un tiempo limitado, y una vez acabada, los nómadas que la integran seguirán su camino en busca de nuevos retos. En definitiva, las empresas del pasado parecen demasiado grandes para experimentar, aunque muy pequeñas para una explotación efectiva. Deben reinventarse. Deben crear lo que no hay. Siguiendo a Neil Young: “Es mejor quemarse que consumirse lentamente”.
- La familia: El calor que despierta en nuestra mente la acogedora idea de una pareja feliz, formada por un hombre y una mujer radiantes, con hijos, un perro y un hermoso chalet, parece más un producto de la nostalgia que una imagen tangible o un recuerdo certero. Mire a cualquier familia de cerca y desligue el sentimiento bucólico con el que siempre se la han presentado: toda familia es disfuncional. En la actualidad, los valores familiares de tipo tradicional están en crisis y cada vez es mayor la transformación de sus modelos de organización. Los niños crecen con dos madres, con hermanos que tienen padres y madres diferentes, con cinco padres distintos a lo largo de su infancia… Y sin embargo, seguimos pretendiendo que se aferren a una sola idea, empresa o jefe por el resto de sus días.
3- Valores. Las consideraciones éticas y morales que existen en nuestra sociedad condicionan nuestros pensamientos y nuestros actos, y definen la relación que tenemos con la tecnología, con el trabajo y con las personas. Los distintos valores, que pueden generar unidad en el seno de un grupo, y conflicto en la relación entre éstos, tienden a ser bastante estables y su transformación es lenta. Aun así, aquellos valores sobre los que erigimos nuestras culturas cambian con el tiempo y difieren en cada parte del mundo:
- Valores del trabajo. El capitalismo debe su nacimiento, en gran medida, a la reforma protestante de Martín Lutero, quien defendía el trabajo como una actividad valiosa en sí misma, capaz de elevar el espíritu y hacer al hombre humilde. Su fórmula produjo generaciones enteras de obreros motivados: materia prima que impulsó el capitalismo. Hoy, cada vez más, la gente prefiere hacer el amor y comprar. Y el trabajo se percibe como un simple camino para ello.
- Por otro lado, los valores difieren en cada sociedad. Mientras Occidente venera el trabajo, Oriente, inspirada en Confucio y en Buda, venera muchas veces de forma simultánea y paradójica, la sabiduría y la subordinación vertical, por una parte, y la solidaridad horizontal, por otra. Para los chinos, e independientemente del lugar en el que estén, la confianza (guanxi) es un sustituto sólido y económico de los contratos. Los valores, por tanto, difieren y cada vez son mayores sus encuentros.
- Fusión de valores. En la aldea global, las culturas, los gustos y las experiencias colisionan produciendo una hibridación de los valores. Ahora podemos creer en Jesús y en Buda, comer alitas de pollo estilo tailandés con salsa barbacoa y pasta, ver una película india con música hip-hop y persecuciones de coches y pasar, incluso, de una iglesia a una mezquita. Vivimos la “mixmanía”, la época de la cocina, la música y la cultura fusión.
- Vacío espiritual. Las transformaciones culturales nos arrojan a un mundo “Paris Hiltonificado” en el que priman las apariencias y somos vagabundos errantes sin un norte definido. El papa Pablo VI vaticinó esta tendencia hace 35 años: “La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría”.
David Guzmán Quesada
Es un libro que muestra la realidad actual, quizá faltó propuestas para enfrentarla