Son muchas las fuentes de las que puede brotar la autoestima. Pero podríamos destacar las siguientes:
- La voluntad de comprender.
- La voluntad de ser eficaz.
- El pensar de forma independiente.
- La autoaceptación.
- La responsabilidad del uno mismo.
La voluntad de comprender. Como ya he resaltado, deberíamos juzgarnos según lo que se encuentra bajo nuestro control volitivo; hacerlo según aquello que depende de la voluntad o las elecciones ajenas es muy peligroso para nuestra autoestima. La tragedia de millones de personas es que hacen precisamente esto.
Cada vez que vemos hombres y mujeres con una autoestima positiva, vemos que viven conscientemente. Les interesa saber qué están haciendo cuando actúan, comprenderse a ellos mismos y al mundo que los rodea. También analizan la realimentación que reciben para saber si están o no en el buen camino con respecto a sus metas y fines. En definitiva, responden a la vida de forma activa y no pasiva.
Una persona que vive atrapada en un medio particularmente cruel, frustrante e irracional, sin duda se sentirá legítimamente alienada por muchas de las personas del mundo que la rodean. Aunque no por la realidad; no se creerá, en el nivel más profundo, incompetente para vivir, o al menos tiene posibilidades relativamente buenas de evitar este destino.
El individuo en desarrollo que mantiene un compromiso con la conciencia aprende cosas, adquiere aptitudes, cumple tareas, alcanza metas. Y por supuesto estos éxitos convalidan y reafirman la elección de pensar. La sensación de ser apto para la vida resulta natural. Un compromiso con la conciencia —un compromiso con la racionalidad, el respeto a la realidad, como modo de vida— es, en consecuencia, una fuente y expresión de autoestima positiva. Solemos asociarla solo con el resultado —con el conocimiento, el éxito, la admiración y el aprecio de los demás— y omitir la causa: todas las acciones que, de forma acumulativa, implican lo que denominamos compromiso con la conciencia, la voluntad de comprender.
La voluntad de ser eficaz. El concepto de la voluntad de ser eficaz es una ampliación de la de comprender. Pone el énfasis en la perseverancia frente a las dificultades: continuar intentando comprender cuando resulta difícil; querer llegar a dominar una aptitud o la solución de un problema frente a las derrotas; mantener un compromiso con las metas aunque se encuentren muchos obstáculos en el camino.
Tener la voluntad de ser eficaces no significa que neguemos los sentimientos de ineficacia cuando surjan, sino que no los aceptamos como permanentes. Nos sentimos impotentes temporalmente sin definir nuestra esencia como impotencia. Podemos sentirnos durante algún tiempo derrotados, desesperanzados o abrumados sin definir nuestra esencia como fracaso y saber que tras un descanso recogeremos los pedazos lo mejor que podamos y comenzaremos a avanzar nuevamente. La visión que tenemos de nuestra vida se extiende más allá de los sentimientos del momento. Nuestro concepto del uno mismo puede alzarse por encima de la adversidad actual.
De alguna manera, las personas que actúan así saben que hay una alternativa mejor en algún lugar y que algún día encontrarán el camino hacia ella. Perseveran en esa idea. Saben que todos los hombres no son papá, que su familia no agota las posibilidades de relaciones humanas, o que hay vida más allá de su barrio o de su entorno de trabajo. Esto no les ahorra sufrimiento en el presente, pero permite que este no los destruya. El distanciamiento estratégico no garantiza que no experimentarán sentimientos negativos, pero los ayuda a no hundirse en ellos.
Nadie puede sentirse eficaz de una manera adecuada (es decir, capaz de enfrentarse a los desafíos de la vida) si no ha aprendido a diferenciar los hechos de los deseos por una parte, y los temores por otra. La tarea es a veces difícil porque los propios pensamientos están siempre teñidos o incluso saturados de sentimientos. Sin embargo, en muchas ocasiones podemos reconocer que el deseo de realizar alguna acción no prueba que deberíamos realizarla. Salir corriendo de una habitación en medio de una discusión cuando estamos disgustados, por ejemplo. Y el hecho de que temamos realizar alguna acción no prueba que deberíamos evitar realizarla. Ir al médico para someterse a una revisión cuando hay síntomas de enfermedad es otro ejemplo. Si efectuamos una compra que sabemos que no podremos costearnos y evitamos pensar en las facturas pendientes que no podremos pagar, hemos subordinado nuestra conciencia a nuestros deseos. Si ignoramos las señales de peligro en un matrimonio y luego admitimos estar perplejos y consternados cuando el matrimonio finalmente explota, hemos pagado el precio por sacrificar la conciencia al temor.
El pensar de forma independiente. La independencia intelectual está implícita en el compromiso con la conciencia o la voluntad de comprender. Una persona no puede pensar con la mente de otra. Podemos aprender unos de otros, pero el conocimiento implica comprensión, no meramente repetición o imitación. Podemos ejercitar nuestra propia mente o transferir a otros la responsabilidad del conocimiento y evaluación, y aceptar sus veredictos más o menos sin reservas. La elección que efectuemos es crucial para nuestra autoestima.
Pensar con independencia —en nuestro trabajo, nuestras relaciones, los valores que guiarán nuestra vida, las metas que nos fijaremos— es un generador de autoestima. Y de la autoestima positiva surge una inclinación natural a pensar de forma independiente.
Al igual que en el resto de rasgos psicológicos, hay grados de independencia. Aunque nadie es del todo independiente ni nadie es dependiente siempre, cuanto más alto sea el nivel de nuestra independencia y más deseemos pensar por nosotros mismos, más alto tenderá a ser el nivel de nuestra autoestima.
La autoestima no se da, se adquiere. Esto puede conseguirse pensando independientemente cuando no es fácil, cuando puede incluso producir temores, cuando la persona que está pensando lucha contra sentimientos de incertidumbre e inseguridad y opta por perseverar a pesar de ello. No siempre es fácil mantener nuestro juicio, y si se ha vuelto fácil, en sí también es una victoria psicológica, ya que en el pasado hubo seguramente ocasiones en las que no lo fue, en las que las presiones contra el pensamiento independiente eran considerables, en las que tuvimos que enfrentar y sobrellevar la ansiedad.
Cuando un niño descubre que sus percepciones, sentimientos o juicios están en conflicto con los de sus padres u otros miembros de la familia y surge la cuestión de escuchar la voz del uno mismo o negarla en favor de la de los otros. Cuando una mujer cree que su marido está equivocado en algún tema importante y surge la cuestión de expresar sus pensamientos o reprimirlos y en consecuencia proteger la “estabilidad” de la relación. Cuando un artista o científico ve de repente un camino que puede alejarlo de las teorías y valores consensuales de sus colegas de las principales corrientes de orientación y opinión contemporáneas, y surge la cuestión de seguir ese camino solitario adondequiera que conduzca o volver atrás. El tema y el desafío en todas estas cuestiones son el mismo. ¿Deberíamos respetar las señales internas o negarlas? Independencia versus conformidad, autoexpresión versus autorrepudio, autoafirmación versus autorrendición.
Autoaceptación. La autoaceptación está implícita en la autoestima. Según mi experiencia, la autoaceptación no es un concepto fácil de comprender para la mayoría de las personas. Suele considerarse la autoaceptación como equivalente a la aprobación de todas las facetas de nuestra personalidad (o aspecto físico) y negar que sea necesario algún cambio o perfeccionamiento.
Autoaceptarnos no significa que no se desee cambiar, mejorar o evolucionar. Significa no estar en guerra con nosotros mismos, no negar nuestra realidad actual, en este momento de nuestra existencia. Aceptar lo que soy me exige contemplar mi propia experiencia con una actitud que haga irrelevantes los conceptos de aprobación o desaprobación: el deseo de ser consciente.
La responsabilidad del uno mismo. Al trabajar con pacientes en psicoterapia, me interesa captar el momento en que parece producirse un crecimiento repentino. Suelo ver que la transformación más radical ocurre cuando el paciente advierte que nadie vendrá a rescatarlo. “Finalmente, llegó el momento en que me permití enfrentar plenamente mi propia responsabilidad por mi vida —me ha dicho más de un paciente—, comencé a crecer, a cambiar. Y mi autoestima empezó a aumentar”.
En realidad, somos responsables de nuestras elecciones y acciones. No como sujetos de censura o culpa, sino como principales agentes causales en nuestras vidas y comportamiento. No quiero decir que una persona no sufra nunca por accidente o por culpa de otros, ni que sea responsable de todo lo que pueda sucederle en su vida. No somos omnipotentes. Pero la responsabilidad de nosotros mismos es claramente indispensable para la autoestima positiva.
Si eludimos ese compromiso nos transformamos en víctimas de nuestras propias vidas. Nos deja impotentes. Muchas personas necesitan emanciparse de esta actitud, si alguna vez han de evolucionar hacia un sentido de la vida que no sea trágico.
Fortalece a uno mismo el declarar (¡y proponérselo!):
- Soy responsable del cumplimiento de mis deseos y metas.
- Soy responsable de mis elecciones y acciones.
- Soy responsable de cómo me relaciono con las personas.
- Soy responsable del nivel de conciencia y atención con que afronto mi trabajo.
- Soy responsable de las decisiones según las cuales vivo.
- Soy responsable de mi felicidad personal.