El arte conlleva vulnerabilidad y su precio puede ser la vergüenza, porque nos han enseñado sumisión, tranquilidad, hacer lo que nos ordenan y conseguir lo que nos habían prometido. Pero los artistas buscan las verdades molestas tras la fachada. Así, cuando llegue la realidad, esta no nos sorprenderá. En ocasiones, incluso la anima a llegar. Y eso significa que el arte es vulnerabilidad sin posibilidad de vergüenza. Para ello debemos eliminar el artificio, las defensas y la afectación de nuestro trabajo y reducirlo todo a su esencia pura para que desaparezcan las excusas y los escondrijos.
Está bien reconocer que hay personas que quieren hacernos pasar vergüenza, pero eso no quiere decir que debamos aceptarlo. La única forma de tener éxito consiste en separar los resultados de tu arte de tu instinto de sentir vergüenza, a pesar de que una de las reacciones de la comunidad ante un acto de valentía sea intentar que el valiente se sienta avergonzado. En lugar de recompensarte, se esfuerza en silenciarte haciéndote sentir vergüenza. Pero ¿por qué íbamos a sentir vergüenza al aplicar nuestras mejores intenciones de crear un arte para personas que nos importan?
La consigna del artista sensato es evitar a los no creyentes. Si centras tu angustia y tus sentimientos en personas que no entienden tu arte, habrás destruido una parte de tu alma y no habrás hecho nada para mejorarlo. Tu objetivo como artista consiste en crear un arte que emocione al público que has elegido. Decide a quién está dirigido tu arte, mejora tu conexión con ese público e ignora todo lo demás.
Haz una lista de las cosas de las que no puedes hablar en el trabajo, con tu pareja o con otras personas que te importen. Lo que incluyas en ella deja en evidencia los aspectos tuyos o de tu organización que os avergüenzan. Esas son las cosas en las que preferirías ser invulnerable. Es el terreno en el que te blindas, pero al hacerlo imposibilitas las conexiones. Cuando hablas sobre esas cosas, cuando te adueñas de ellas, la vergüenza empieza a perder su poder y la vulnerabilidad vuelve a estar a tu alcance.
Recuerda que no es a ellos a quienes corresponde decidir cómo es tu arte, y no permitas que estos errores te permitan esconderte: “ocupado” es sinónimo de “valiente”; un mentor te cambiará la vida; el siguiente paso es esperar a que te elijan; y hay un secreto y pronto lo descubrirás. En cambio, deja de fingir que no eres especial, y cuando aparezca la resistencia, sabrás que estás ganando no contra ella, sino en tu lucha por crear arte. La resistencia es un síntoma de que vas por buen camino. No es algo que deba evitarse, sino que debe buscarse. Esta es la frase más importante del libro, que el artista busca el sentimiento de resistencia y procura potenciarlo al máximo.
Mi colega Steve Dennis ha trabajado como responsable de innovación y estrategia en dos empresas incluidas en la lista Fortune 500 y dice lo siguiente:
“Ocupar un puesto de liderazgo sénior no quiere decir necesariamente que resulte más sencillo abrirse paso entre el miedo. (…) Como líderes, tenemos mucho más que ofrecer que limitarnos a adoptar la posición menos arriesgada. (…) Si vamos a responder ‘no’, debemos saber a qué se parece un ‘sí’. Y debemos ser capaces de comunicárselo a quienes lideramos”.
Tu deber con tu equipo te obliga a ser claro y consecuente en lo que respecta a las acciones que se merecen un “sí”. Tu trabajo consiste en utilizar tu coraje, no en ocultarlo. William Goldman dijo que en la industria cinematográfica nadie sabía nada. Esto también es aplicable a tu negocio, es decir, no obedezcas las normas, rómpelas.
Y, si se produce un rechazo, eso quiere decir que has elegido el público equivocado. Y, si has agotado todos los públicos posibles, debes crear un arte mejor. Tú defines el escenario, tú decides a quién está dirigida la interacción y tú eliges las consecuencias que buscas. Todas estas alternativas te dan ventaja, pero también suben el listón.
El público que elijas podría ser todo el mundo, el infinito, la masa de la humanidad. Pero no puedes gustarles a todos. Y un público lo bastante grande te destruirá. Una parte del duro trabajo consiste en evitar a los no creyentes y centrarse en el público que tú has elegido. Los responsables del marketing en masa y los industrialistas necesitan a todo el mundo. Pero tú no. Solo necesitas captar el interés de unos pocos.
“Crea una buena obra de arte” es la receta de Neil Gaiman para superar los males. Si el mercado laboral no te sonríe, si tu jefe no te respeta, si el mundo no te entiende, crea una buena obra de arte. El escritor James Elkins menciona los tres componentes necesarios para que una persona se convierta en un artista: ver, hacer y tabla rasa.
En primer lugar, debemos aprender a ver por qué nuestras ideas preconcebidas y nuestros miedos conspiran para impedirnos ver el mundo tal cual es o practicar lo que los budistas llaman prajna, aceptar la realidad a medida que sucede en lugar de interpretarla como parte de una narración continua distorsionada según nuestras inclinaciones.
Fred Wilson es uno de nuestros inversores en capital riesgo con más éxito precisamente gracias a su habilidad para ver. Vio que Delicious, Twitter y docenas de empresas tenían potencial comercial. Clive Davis fue el genio que descubrió o promocionó a Whitney Houston, Patti Smith, Dionne Warwick, Aretha Franklin, Carly Simon, The Kinks y Lou Reed. No siempre grababa álbumes o vendía discos, pero veía (oía) el potencial de los que lo rodeaban. Alan Webber y Bill Taylor fueron los únicos redactores de talento de la Harvard Business School que vieron la revolución empresarial que describieron en Fast Company, una de las revistas más importantes y rentables jamás publicadas.
Esto se consigue con la práctica. Haz predicciones basándote en lo que ves. Anótalas. Todos nuestros juicios erróneos nos ofrecen la oportunidad de revisar y perfeccionar nuestras habilidades para fijarnos en las necesidades subyacentes del mercado, en las fuerzas que intervienen en el éxito y en el fracaso.
Paco Underhill ha convertido la acción de fijarse en un arte. Su empresa, Envirosell, analiza las imágenes mudas que las cámaras de seguridad graban en pequeños comercios y se fija en qué compra la gente. Así, Paco convenció a un cliente de que debía ampliar los pasillos para evitar cualquier rozamiento de traseros. ¿El resultado? Mayores ingresos a pesar del menor número de artículos en venta.
Lo más difícil del proceso de ver y de fijarse consiste en dejar de lado lo que conscientemente ya sabes. Yo mismo era un experto en Internet y había diseñado campañas de éxito en la red que lancé en Prodigy, AOL y CompuServe. Sin embargo, en vez de fundar un motor de búsqueda, una sala de chat o una página de subastas en línea, escribí un libro sobre las cosas inteligentes que se podían encontrar en Internet. Gané 80 000 dólares. Pero los fundadores de Yahoo! hicieron la misma inversión que yo y acabaron generando 80 000 millones de dólares con la misma información. Ellos vieron algo que yo me negué a ver.
A las personas de éxito se les da muy bien poner etiquetas, pero el problema es que las etiquetas hacen imposible que veamos lo que hay debajo. Entonces, cuando el mundo cambia, nuestras etiquetas dejan de funcionar y dejamos de ver las oportunidades que se nos presentan. Los artistas aprenden a ver desde cero. Aprenden a renunciar a las etiquetas, y en su lugar aportan cosas nuevas.
Nuestros ojos no mienten, pero nuestro cerebro sí. Nuestra visión del mundo cambia lo que vemos y cómo interpretamos lo que aprendemos, volviéndonos ciegos. Y estamos ciegos ante nuestra ceguera. Si no puedes ver, nunca lograrás crear arte con éxito. Si una obra de arte en el mercado consigue cambiar las cosas y no entiendes por qué, pídele a un colega que te lo explique. Si la gente escucha, ve o compra algo que tú no entiendes, investiga por qué. Si no tienes colega a quien preguntar, búscate otro. Y si tu colega no es tan listo como tú, enséñale hasta que lo sea.
En segundo lugar, aprende a hacer, porque cuando sabes cómo hacer algo, tu manera de ver las cosas cambia. El hecho de aprender a hacer cosas te transforma y pasas de ser espectador a participante, de persona a merced del sistema a persona que ayuda a dirigirlo. Esto te infundirá coraje para hacer más, para fracasar más a menudo y para mejorar lo que haces. Si te da miedo escribir o corregir, montar o desmontar, no eres más que un espectador atrapado por las instrucciones de aquellos a quienes has elegido seguir. Pero lo cierto es que no necesitas un gurú, sino experiencia, y la mejor experiencia es el fracaso repetido.
Los conocimientos especializados pueden impedirnos ver el mundo como es, pero también pueden llenar las lagunas, así como ayudarnos a entender cómo funciona algo y a saber cómo puede hacerse mejor. Bob Dylan sabe mucho más de historia de la música norteamericana que cualquier persona que conozcamos. Fred Wilson puede describir los detalles de un millar de inversiones en capital riesgo realizadas con éxito. Y Eileen Fisher puede decirte en quién se inspira una prenda de vestir con solo echarle un vistazo. Muchos intelectuales evitan el esfuerzo de crear arte. Los conocimientos no bastan. Hacen falta, pero no son suficientes.
El tercer componente de la mentalidad del artista es la pizarra en blanco, imprescindible para el arte original. Si te limitas a hacer un refrito de lo que ya existe, no sucede nada destacable; no se establece una conexión. El arte utiliza los límites como palancas para proyectarse a una posición de ventaja. Si cambias tu forma de ver y si cambias los supuestos que le transmites al público, vas por buen camino para crear un arte mejor. Si tu arte no genera las conexiones que buscas, debes crear un arte mejor, ver con exactitud, hacer con más precisión y mostrar más coraje para encontrar tu pizarra en blanco. Y si nada de esto funciona, cambia de ambiente; busca un nuevo escenario en el que actuar. En definitiva, puedes arriesgarte a equivocarte o puedes ser aburrido.
Sin embargo, el riesgo implica desvincularse de los resultados. ¿Cómo podemos ser profesionales y al mismo tiempo despreocuparnos de lo que sucederá a continuación? Recuerda que cuando renuncias a ser dueño de lo que creas a cambio de que te juzguen, te has alejado de tu humanidad. Aprende tu profesión, destaca en el conocimiento de tu área de especialidad, identifícate con tus clientes y preocúpate de cómo les afectará tu trabajo. Pero después haz lo que desees hacer porque te has comprometido a hacerlo. El peligro reside en utilizar la regla de otra persona para medir tu arte.
Si no obtienes los resultados que buscas, tú definición de “bueno” podría estar equivocada o tu arte no ser tan excepcional como crees. O quizá no hayas tenido suerte, así que aprende a ver mejor, crea un arte mejor y hazlo de nuevo. Y, en cualquier caso, preocúpate al máximo para crear nuevas interacciones que cambien al destinatario y establezcan una conexión. La persona que se preocupa y que actúa en consecuencia crea una obra de arte.
Algo que llama la atención es que las personas que crean arte son bastante normales el resto del tiempo, si es que normal significa corriente, acomodaticio, sumiso o incluso aburrido. Steve Jobs se ponía todos los días el mismo modelo de jersey y Andy Warhol escuchaba la misma canción cientos de veces para volverse insensible al sonido. El hecho de que la condición de artista de una persona sea únicamente una faceta de su vida confirma que el arte no es algo innato. El arte conlleva riesgo, dolor y esfuerzo, y es poco probable que invirtamos en él todo lo que hacemos.
La ingeniería tiene la respuesta correcta. Consiste en un sólido conjunto de buenas prácticas y pruebas demostrables que se repiten una y otra vez hasta que se encuentra la respuesta. En cambio, el arte no posee una buena respuesta, aunque numerosos avances de la ingeniería comienzan como retos artísticos. Algunas personas vieron lo que nadie había visto antes y tuvieron el coraje de partir de una pizarra en blanco.
Para desbloquearte, crea un blog. Si quieres, utiliza un apodo e inhabilita los comentarios. Escribe todos los días un análisis de lo que ves en el mundo con claridad, frescura y honestidad. O escribe sobre lo que quieres ver. O sobre lo que enseñas. Así vencerás la resistencia, que preferiría que no escribieras nada, que no hablaras en público y que lo mantuvieras todo en secreto. Todas las mañanas, tu cerebro empezará a trabajar en algo mejor que malo. Así redefinirás lo malo y al día siguiente escribirás mejor. Y así una y otra vez hasta que adquieras la serenidad de un trabajo bien hecho.
En definitiva, que el peor jefe del mundo podrías ser tú mismo. Una persona que trabaja en casa y que después, portátil en mano, explora el mundo mientras realiza su trabajo nos sorprende, igual que admiramos a quien dedica las tardes y los fines de semana a estudiar otra carrera o a lanzar una empresa. Quizá si trabajas para el peor jefe del mundo, la única persona a la que puedes echar la culpa seas tú mismo.
La respuesta es que te contrates a ti mismo. Así te darás cuenta de que las personas con más influencia no trabajan más, sino que han encontrado a alguien que se encargue de ello, aunque también es cierto que antes trabajan mucho para asegurarse de que nunca más tendrán que volver a hacerlo. Por otra parte, cualquier persona tiene el privilegio de convertir sus tareas en arte, del tipo que sea. Puedes fraguar pequeñas conexiones y realizar pequeños experimentos. Puedes reunir tiempo para el gran trabajo y buscar la forma de dedicar menos tiempo a nimiedades. No esperes obtener permiso, puedes hacerlo cuando te decidas aceptando unas reglas y eligiendo las que vas a romper.
Un ejemplo que no debes seguir es el de los estudiantes de la prestigiosa Juilliard School de Nueva York. Solo quince alumnos asistieron a la charla y recital de un violinista de talla mundial porque estaban practicando. Lo que les permitió acceder a la escuela fue su capacidad de interpretar la música escrita, pero el problema es que lo que les permitió entrar no les servirá para nada cuando salgan, porque lo que les permitirá progresar es tocar de una manera que nadie se espere.
A modo de recapitulación recuerda que, si no tienes un talento innato, puedes tener un compromiso innato. En segundo lugar, organiza a los talentos y, por último, conecta a los desconectados. La mejor opción es convertirse en mecenas y rodearse de personas dispuestas a hacer lo que nunca se había hecho y a asumir la responsabilidad de lo que suceda a continuación. La diversidad de los nichos de mercado, con gustos opuestos y sensibilidades diferentes, significa que las masas son ahora más fáciles de ignorar.
Compartiré contigo dos sencillas tácticas que sacarán a relucir tu verdadero miedo y te permitirán enfrentarte a él cara a cara. La primera es realizar fichas de problemas y solución. En un acto reciente pedí a los asistentes que escribieran su problema real, el que les impedía crear su arte, y que lo intercambiaran con el de la persona que se encontraba a su lado. Todos tendrían cinco minutos para escribir una solución. ¿Cómo se sintieron al escribir el problema? ¿Cómo se sintieron al saber que la persona de al lado escribiría una solución? Y, si esa persona fracasó, ¿estuvieron dispuestos a reconocer que el problema era imposible de resolver y que su objetivo no era realista?
Otra táctica es el grupo focal. Debes encontrar a otros tres artistas que trabajen en actividades diferentes y que persigan otras metas y conectar con ellos en lo relacionado con el proceso de tu arte. El objetivo de la reunión es recordarte tu compromiso y empujarte a crear un arte más original, personal y exitoso, y a hacer lo que quieras. Evita pensar en el peor de los casos porque es algo debilitante y además poco realista. Volar demasiado cerca del sol no es prudente, inteligente ni conservador. Al contrario, al final volamos demasiado cerca de las olas y desperdiciamos la mejor oportunidad de nuestra vida.
En la economía de la conexión, el precio de los experimentos es menor que nunca; la capacidad de conectar, alta; y el impacto de tener razón enorme. No cuestiones tu estatus de artista porque arrecien las críticas, y tampoco sientas que la aceptación de un proyecto es como si te aceptasen a ti como persona. Por el contrario, disfruta del júbilo de la creación y acepta el dolor y el miedo que conlleva. La magia de Steve Jobs no consistía en tener razón, sino en estar seguro. Estos son los auténticos cimientos de la libertad verdadera, porque ya no limitas tu pasión y tu arte a no tener miedo, sino que este formará parte de tu trabajo, y solo así podrás ignorarlo y trabajar como si no temieras nada.
Otro concepto fundamental que debes entender es la transitoriedad. Las novedades no pueden permanecer, porque entonces no habría espacio para más. Lo importante es sentirse a gusto incluso con lo no terminado, con el ciclo de nunca acabar de ideas ridículas, porque sin eso ninguna idea es importante. Eres libre para elegir, para cambiar, para armar todo el jaleo que quieras. La resistencia jamás creará arte, así que acostúmbrate a vender lo que has creado, a dar las gracias, a hablar en público y a fracasar, a ver el mundo tal como es, a hacer predicciones y a enseñar a los demás, a escribir a diario, a conectarte y a liderar una tribu.
La escasez es el principal motor de la era industrial. En cambio, la economía de la conexión prospera con la abundancia. Las conexiones crean más conexiones. La confianza, más confianza. Las ideas generan más ideas. Escucha todas las críticas, pero refrena tu impulso a halagar al sector de público más amplio posible. La cuota de mercado no es tan importante como el arte, y lo excepcional es arriesgarse a sufrir un fracaso completamente nuevo, aquel que se produce cuando se corre un riesgo nuevo. Cuando te expones a un riesgo desconocido, le abres la puerta a una forma de éxito radicalmente nueva.
Debemos contemplar nuestro trabajo como parte de un juego en el que hay movimientos, no fracasos, con resultados en vez de tragedias. Es un juego infinito en el que participamos por el honor que supone jugar y cuyo objetivo es permitir a los demás participantes jugar mejor. Estos juegos traen consigo la abundancia y la satisfacción de crear un arte que importa.
El arte casi nunca funciona con la rapidez que te gustaría, y cuanto más necesites que funcione, más lentamente sucederá. El artista comprende que las asperezas son lo que importa. No creas arte después de convertirte en artista, sino que te conviertes en artista al crear arte sin cesar. Por lo tanto, al artista no se le tranquiliza, sino que se le empuja a ser más comprometido y a demostrar más concentración, agudeza y singularidad. Y el éxito no radica en ganar, sino en trabajar más; cuando un proyecto triunfe, enciende tu ordenador y ponte a trabajar. Es el mayor privilegio que puedas imaginar.