Diseña tu felicidad

Resumen del libro

Diseña tu felicidad

Por: Paul Dolan

Cambia lo que haces, no lo que piensas
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¿Qué es la felicidad?

 

Cuando eres feliz, la vida te va bien. Pero ¿qué es la felicidad exactamente? No pregunto qué afecta a la felicidad, sino lo que es de verdad. Las diferentes maneras en que definimos la felicidad afectan a lo que podemos hacer por mejorarla. Por tanto, una definición clara debería ser —aunque rara vez lo es— una preocupación esencial de cualquier libro sobre la felicidad. Tras haber trabajado durante dos décadas en la interfaz de la economía, la psicología, la filosofía y la política, creo estar en buenas condiciones para dar razones sólidas a favor de la siguiente definición: la felicidad es el conjunto de experiencias de placer y propósito a lo largo del tiempo.
Por lo general, la felicidad no se ha evaluado con este método basado en la experiencia, sino más bien usando valoraciones de lo bien que va la vida en su conjunto. En casi todos los estudios sobre la felicidad se formulan preguntas imprecisas y abstractas como “En general, ¿hasta qué punto estás satisfecho con tu vida?”, así como sobre la satisfacción acerca de aspectos concretos. El verdadero problema con esta pregunta es que, en la existencia cotidiana, casi nunca tenemos en cuenta la satisfacción global con la vida: da la impresión de que esta solo aparece realmente en los estudios que la evalúan.
Una anécdota personal ilustrará la diferencia. Hace unas semanas, salí a cenar con una de mis mejores amigas. Mi amiga, que trabaja en una prestigiosa empresa de medios de comunicación, se pasó toda la velada explicando que en el trabajo le iba fatal; se quejó de todo: del jefe, de los colegas y del trayecto diario. Al acabar la cena y sin un deje de ironía, añadió: “Pero me encanta trabajar en MediaLand, desde luego”.
A decir verdad, aquí no hay ninguna contradicción: ella está experimentando su trabajo de una manera y evaluándolo de otra. La distinción entre experiencia y evaluación equivale a la diferencia entre que te filmen o que te hagan una foto. Mi amiga estaba describiendo la “película” cotidiana de su trabajo como algo lamentable, mientras que, en comparación, la “instantánea” global era bastante satisfactoria.
Veremos que esto no es solo algo que se hace habitualmente, sino también un error frecuente con respecto a la felicidad. Muchas de las suposiciones que hacemos sobre la felicidad y sobre nosotros mismos tienen mucho que ver con el hecho de que, en general, prestamos más atención a lo que, a nuestro juicio, debería hacernos felices que a centrarnos en lo que nos hace realmente felices. Mi amiga no es feliz en su trabajo, pero en su conducta influyen menos las experiencias que las evaluaciones. Le encanta la idea de trabajar en MediaLand y actúa en consecuencia. Por ese motivo, día tras día es menos feliz de lo que podría ser.
Cuando te hacen una foto, “posas” de determinada manera. Piensa en todas las veces que has posado ante una cámara de un modo que no refleja tus sentimientos del momento. Para poner de manifiesto lo feliz que eres a lo largo del tiempo, es mucho mejor una videocámara. Así pues, hemos de alejarnos de las instantáneas globales sobre satisfacción vital global y centrarnos más directamente en los sentimientos y las sensaciones que tenemos día a día.
Así pues, estoy mucho más interesado en el significado de los momentos que en las interpretaciones del significado de la vida. Hay placer (o dolor) y propósito (o absurdo) en todo lo que hacemos y sentimos. Son componentes diferenciados que constituyen nuestra felicidad global a partir de una experiencia.
El placer y el dolor también pueden concordar con muchos otros adjetivos que describen sensaciones positivas y negativas: alegría, entusiasmo y diversión, por un lado; o enojo, inquietud, estrés y preocupación, por otro. En términos generales, cada uno de nosotros puede ser clasificado según la preponderancia de distintas clases de sensaciones. Los individuos felices tienen más sensaciones positivas que negativas; por lo general sienten placer y no mucho dolor. Así pues, cuanto más frecuentes e intensas sean tus diversas sensaciones de placer, más feliz serás.
Pero existe otra categoría de sensaciones importante, aparte de las de placer y dolor. Son las de propósito-finalidad y las de falta de sentido. Usaré estas expresiones como abreviaturas para una amplia gama de sensaciones positivas y negativas, como plenitud, significado y utilidad por una parte, o aburrimiento y futilidad por otra. El modo en que estas sensaciones afectan a la felicidad hay que explicarlo bien, ya que no es tan evidente como las categorías de placer/dolor.
La escritura de este libro es un magnífico ejemplo de hacer algo que parece tener sentido, un propósito. Otro ejemplo es el de ayudar a un amigo a mudarse de casa. Subir y bajar escaleras llevando cajas y muebles a cuestas no es especialmente agradable, pero mientras vas sudando arriba y abajo sí da la sensación de haber un propósito.
En otras ocasiones sentimos lo contrario, el sinsentido, la futilidad o la falta de finalidad: una asignación de trabajo cuando estás convencido de que no vas a sacar ningún fruto, lo que transmite una sensación tan dolorosa como absurda; o la comedia romántica que viste anoche, realmente agradable, pero sin ningún sentido en absoluto.
Una vida feliz es la que incluye montones de sentimientos positivos de placer y finalidad. Por lo mismo, una vida miserable contiene un predominio de sentimientos negativos de dolor (enfado, preocupación o estrés) y de falta de sentido (aburrimiento o futilidad). A esto lo denomino el principio placer-propósito.
Te corresponde a ti decidir cómo y de qué manera tu felicidad ha de oscilar entre el placer y el propósito. Lo que permite flotar a tu embarcación quizá no sea lo que hace balancearse a la mía. Nuestras respectivas preferencias acaso difieran. En montones de libros “de talla única” sobre la felicidad falta lo de reconocer qué cosas diferentes te afectan de distintas maneras. Has de descubrir lo que funciona en tu caso.
Además, cada persona requiere diferentes combinaciones de placer y propósito en diferentes momentos del día y a lo largo de la existencia. Les y yo tuvimos una niña, Poppy, que ahora cuenta seis años, y un niño, Stanley, que tiene cinco. Los dos nos reportan algo de placer, mucho sufrimiento y una dosis tremenda de finalidad. Diría que me han hecho indudablemente feliz de una manera distinta en la medida en que mi equilibrio vital entre placer y propósito ha cambiado. También habrían podido hacerme más feliz en conjunto, pues el cambio relativo desde el placer al propósito me viene bien a medida que cumplo años.
Según mis investigaciones y experiencias, la vida tiene menos que ver con sacrificar felicidad hoy a cambio de felicidad más adelante (y viceversa) y más con sacrificar placer y propósito en grados diferentes y en momentos distintos. Dicho esto, puedo hacer una afirmación general: si en tu vida hay mucho más placer que propósito, debes pasar un poco más de tiempo haciendo algo que tenga sentido, finalidad. Del mismo modo, si tienes más propósito que placer, has de pasar más tiempo dedicado al placer. Esta afirmación se basa en la ley de los rendimientos marginales decrecientes (en nuestro caso, de la felicidad), concepto muy importante para cualquier economista.
Para ilustrarlo, imagina dos artículos, cerveza y pizza, y supón que te gustan los dos. El primer trago de cerveza baja suavemente, y el primer trozo de pizza sabe realmente rico. El siguiente trago de cerveza está bien, pero no tanto como el primero, y el segundo trozo de pizza está bueno, pero no tanto como el anterior. Así pues, si has tomado cuatro tragos de cerveza, seguramente estarás dispuesto a renunciar al quinto a cambio de un primer bocado de pizza. Si has tomado cuatro pedazos de pizza, seguramente estarás dispuesto a renunciar al quinto a cambio de un primer trago de cerveza.

 

¿Cuáles son las causas de la felicidad?

Para un economista, si un resultado no se maximiza es que los recursos dedicados a su producción no se están usando (de manera eficiente) como se debería. Podrías producir más si el proceso de producción fuera más eficiente, es decir, si el personal y la maquinaria utilizados para fabricar artilugios estuvieran mejor asignados. Obsérvese que el proceso de producción transforma inputs en outputs: los primeros no están directamente relacionados con los segundos. Tal vez podrías producir más artilugios si tuvieras más personal y maquinaria, pero tal vez no si los recursos adicionales se utilizaran de forma tan ineficiente que no tuvieran efecto en los resultados, en el output. La producción de artilugios depende básicamente de la eficiencia del proceso de producción.
De forma análoga, hay un proceso de producción que convierte los ingresos, la salud, etc., en felicidad. ¿Cuál es, entonces, el proceso de producción de felicidad? Una respuesta inmediata —al menos si consideramos la felicidad como el flujo de placer y propósito a lo largo del tiempo— quizá tenga algo que ver con la manera de usar el tiempo. Tomas los ingresos, la salud, etc., y los transformas en felicidad al repartir tu tiempo entre distintas actividades. Pero el tiempo no se dedica solo a hacer, sino también a pensar. De hecho, buena parte lo dedicas a prestar atención a estímulos que tienen muy poco que ver con aquello en lo que aparentemente estás enfrascado. Por ejemplo, mientras escribía este párrafo me he distraído en diversas ocasiones.
Por tanto, el proceso de producción de felicidad equivale al modo de asignar la atención. Los inputs de tu felicidad son la plétora de estímulos que compiten por tu atención. Estos se convierten después en felicidad mediante la atención que les prestas. Los mismos acontecimientos y circunstancias vitales pueden afectar en mayor o menor grado a tu felicidad en función de la atención que les prestes. Dos personas idénticas en todos los aspectos pueden ser felices de muy distinta manera, dependiendo de cómo conviertan los inputs en el output o resultado de la felicidad.
Aquí, la cuestión no es proporcionar un modelo literal de cómo los inputs se convierten en outputs; estoy más bien intentando describir el proceso de producción de una manera que tenga atractivo intuitivo y nos permita desarrollar un relato que nos ayude a entender mejor las causas de la felicidad y saber lo que podemos hacer para ser más felices. La clave para ser más feliz está en prestar más atención a lo que te hace feliz y menos a lo que no. Obsérvese que esto no equivale a prestar atención a la felicidad propiamente dicha.
Prestar atención puede cambiarte literalmente el cerebro. Los taxistas de Londres tienen que aprobar un difícil examen que les exige conocer las veinticinco mil calles de la ciudad y ser capaces de circular por ellas. Superan la prueba solo la mitad de los potenciales taxistas, que por lo visto tienen el hipocampo más grande —la parte del cerebro encargada del procesamiento espacial— que los que suspenden. En todo caso, no es que los primeros partieran de un mejor procesamiento espacial, sino que, mientras estudiaban para el examen e iban aprendiendo, su hipocampo aumentó de tamaño.
El cerebro es un sistema de procesamiento complejo y sofisticado, con miles de millones de neuronas y billones de conexiones sinápticas, y cualquier persona aprende a poner más atención en algunos estímulos. No obstante, en un momento concreto eres capaz de procesar solo una cantidad limitada de información. Cuando atendemos a un aspecto del entorno, no atendemos a otro. Esto puede originar ceguera situacional, en virtud de la cual estamos tan centrados en un elemento que se nos escapa la perspectiva general.
La discusión anterior da a entender que automáticamente prestas más atención a unos estímulos que a otros. Desde hace ciento cincuenta años se admite que gran parte de la percepción, la memoria y la conducta se producen sin deliberación ni voluntad consciente. Por tanto, hemos de distinguir dos clases de atención. La atención consciente es la que hay cuando de alguna manera sabes dónde se dirige tu atención, y la atención inconsciente es la que hay cuando no te das cuenta del objeto al que atiendes. La atención inconsciente abarca los procesos de pensamiento que se producen mientras la atención consciente se dirige a otra parte. Comprender la diferencia es esencial si quieres procurarte las máximas probabilidades de ser más feliz durante más tiempo y, en última instancia, serlo sin acabar exhausto a causa del esfuerzo. Algunas veces eres consciente de aquello a lo que prestas atención, pero muchas veces no.
En cuanto a la intuición subyacente al proceso de producción de atención, aquí no pretendo ser literal. En realidad, no asignamos atención inconsciente de ninguna manera significativa —queda simplemente asignada sin que nosotros hayamos tomado ninguna verdadera decisión sobre el objeto en el que pondremos atención—. Sin embargo, como veremos, puedes seleccionar conscientemente los entornos por los que tu atención inconsciente puede deambular. Aunque no puedes dictar conscientemente el modo en que tu perro corre por el campo, sí puedes escoger el parque al que llevarlo…
El impacto de muchos cambios vitales también tiene un carácter dinámico. Veamos ahora lo importante que es la atención para explicar cómo ajustamos el impacto de los cambios en la vida.
Superarlo. Una de las principales lecciones de las investigaciones sobre la felicidad es que los impactos de los numerosos cambios vitales se desvanecen muy rápido. Hay mucha adaptación —mucha habituación al cambio—. La adaptación se explica mediante la disminución de atención a inputs a medida que se reduce su impacto en la felicidad. Lo novedoso de un estímulo reciente atrae tu atención, pero cuando estás acostumbrado a él dejas de prestarle tanta.
Si tu pareja te deja, al cabo de unos meses, por lo general, pensarás que no era la persona idónea. Seguramente conocerás a alguien que te haga más feliz que el otro. Esto no equivale a decir que el dolor de una ruptura sea menos real, sino solo que puedes sacar algún consuelo del hecho de que no sea algo duradero. También puede servirte de consuelo comprender la relación y la ruptura de un modo que te permita pasar a otras cosas mejores y más importantes. Eres capaz de comprender la mayoría de los episodios de la vida que te habilitan para seguir adelante. Es mejor amar y perder que pasarte la vida con un psicópata, como dice uno de mis colegas (solteros). Lo que no mata te hace más fuerte; y a menudo, a la larga, también más feliz.
La otra cara de la moneda es que el sistema inmunitario psicológico también parece neutralizar el impacto de muchas cosas buenas, por lo que a la mayoría de la gente los efectos positivos de la felicidad de un aumento de sueldo, un matrimonio o un nuevo empleo tampoco le duran mucho.
Resolver la incertidumbre. Hay un modelo —intuitivamente atractivo— de adaptación denominado AREA. De entrada, los acontecimientos de la vida atraen la atención. Después reaccionas y, si eres capaz de explicar el hecho, dejas de prestarle atención y te adaptas a él. Buena parte de este proceso se produce automáticamente, sin esfuerzo consciente. La mayoría de las veces eres capaz de explicar las cosas y de adaptarte a medida que se desvanece el impacto del estímulo. Por lo general, un aumento de sueldo se explica enseguida —eres un trabajador eficiente y leal, ¿no?—. De modo que ya no le prestas atención.
A veces, no obstante, si te falta esta explicación fundamental, sigues reaccionando. Si el dolor físico tiene una explicación, como cuando las molestias en la pierna se deben a una lesión deportiva, entonces retiras la atención del dolor y te adaptas a él, pero si el dolor permanece inexplicado, sigue despertando tu atención.
La resolución de la incertidumbre sobre episodios vitales negativos es potencialmente buena para tu felicidad. Tu atención se aleja de las preocupaciones sobre lo que podría pasar o no (y todo el estrés y la tensión que estos escenarios conllevan), y se centra en un futuro que se puede planear y gestionar mejor. Esto es muy útil para explicar por qué la satisfacción vital de la gente desciende muchísimo cerca del momento de la separación, pero repunta tras el divorcio. El divorcio cierra el asunto al resolver la incertidumbre de si volveréis a estar juntos, además de aclarar la cuestión económica. Resolver la incertidumbre ligada a una situación como el divorcio obliga a una explicación, por lo que disminuye su impacto como input en el proceso de producción de felicidad.
De todos modos, lo que es aplicable al dolor quizá no lo sea del todo al placer. Tal vez has guardado una botella de vino durante años o has alargado el tiempo dedicado a planificar las vacaciones para disfrutar del placer no solo del consumo, sino también de las expectativas. A menudo, buscamos incertidumbre para obtener placer.

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Biografía del autor

Paul Dolan

Paul Dolan es internacionalmente conocido como experto en felicidad, comportamiento y políticas públicas. Es profesor de ciencia conductual en la London School of Economics and Political Science y ha sido investigador invitado en la Universidad de Princeton en el equipo del profesor Daniel Kahneman.
Entre otras funciones, asesora a la Academia Nacional de Ciencias sobre temas de valoración en las investigaciones sobre la felicidad.

Ficha técnica

Editorial: Paidós

ISBN: 9788449331473

Temáticas: Habilidades directivas

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