Para describir la actividad de las personas en su trabajo se habla del “comportamiento en el puesto de trabajo”. En un sentido más específico, el comportamiento se podría definir como la manera en la que una persona interactúa con su entorno. Cuando observamos a una persona en conversación o en acción podemos percibir que su atención está puesta bien en la “tarea” o bien en la “persona” que tiene delante.
El primer grupo se caracteriza por: fijarse en los detalles de la tarea; es atento a los horarios, objetivos o planes; está satisfecho o insatisfecho con los resultados; no da mucha importancia a la dinámica del equipo mientras se haga el trabajo previsto.
Por su parte, el segundo grupo: se fija en las habilidades o personalidad de los que realizan una tarea; presta atención a la interacción entre compañeros, la calidad del trabajo en equipo, las relaciones existentes, etc.; le importa más quién realiza la tarea o cómo trabajan juntos que el resultado; subestima los resultados u objetivos a corto plazo a favor de las relaciones a largo plazo o la “salud” del equipo.
Además de diferenciarse por el tipo de atención que prestan en su interacción social las personas también adoptan dos tipos de actitudes básicas: son o bien reflexivas o bien afirmativas. La actitud reflexiva trata de responder a las condiciones que nos rodean mientras que la afirmativa intenta cambiarlas.
Así, una persona con actitud reflexiva: se toma habitualmente más tiempo para analizar los diferentes aspectos de una situación antes de decidirse sobre el curso de la acción; adopta el curso de acción que mejor se ajuste a las condiciones actuales; es más propensa a seguir reglas, instrucciones o directrices.
En contraste, la actitud afirmativa presupone: analizar rápidamente los hechos más importantes y concebir un curso de acción inmediato en base a ellos; elige la respuesta que habitualmente pone a prueba, adapta o cambia completamente una situación dada; es más propensa a cambiar reglas, instrucciones o directrices.
Estas cuatro diferencias en atención y actitud nos proporcionan un modelo para clasificar el tipo de comportamiento de una persona en una determinada situación. Una vez determinado este tipo podemos sacar conclusiones sobre toda una serie de factores adicionales como, por ejemplo: qué motiva un determinado comportamiento, qué necesita la persona, qué le causa más estrés y cómo influirla mejor.
Cada tipo de comportamiento supone una serie de necesidades y objetivos, una estrategia para relacionarse con el entorno y un número determinado de circunstancias que crean el estrés.