Es mucho más fácil saber si algo es frágil que predecir un suceso que lo pueda dañar. La fragilidad se puede medir, pero el riesgo no (salvo en los casinos y en la cabeza de quienes se proclaman “expertos en riesgos”). Esto ofrece una solución a lo que he llamado el problema de los Cisnes Negros: la imposibilidad de calcular los riesgos de sucesos raros y de gran trascendencia y de predecir su incidencia.
Los Cisnes Negros son sucesos a gran escala, imprevisibles, irregulares y con unas consecuencias de muy gran alcance que sorprenden y perjudican a ciertos observadores que no los han previsto y a los que llamaremos “pavos”. Un carnicero alimenta durante mil días a un pavo. El pavo es feliz. Y entonces llega el día de Acción de Gracias y ser un pavo ya no es muy buena idea… El día de Acción de Gracias será un suceso de Cisne Negro pero solo para el pavo, no para el carnicero. La historia del pavo también nos revela a la madre de todos los errores perjudiciales: confundir la ausencia de prueba (de un perjuicio) con la prueba de ausencia, un error que, como veremos, es bastante común.
Nos dedicamos a refinar nuestra comprensión de lo ordinario creando modelos y teorías que no sirven para contemplar esos sucesos ni medir la posibilidad de que se den. Por ejemplo, los profesionales de la gestión de riesgos buscan en el pasado información sobre el llamado peor escenario y la emplean para calcular riesgos futuros: este método se llama “prueba de estrés”. Toman la peor recesión histórica, la peor guerra o los peores índices de desempleo como referencia para calcular el peor resultado futuro. Pero nunca se dan cuenta de esta incongruencia: cuando ese peor escenario del pasado sucedió, superó al “peor escenario” de su época. He llamado problema de Lucrecio a este fallo mental en honor al filósofo y poeta latino que escribió que el tonto cree que la montaña más alta del mundo es la más alta que ha visto él.
Lo mismo sucedió con el reactor nuclear de Fukushima, que sufrió un fallo catastrófico en 2011 a consecuencia de un tsunami. Había sido construido para resistir el peor terremoto histórico y los constructores no imaginaron que pudiera ocurrir otro peor. Del mismo modo, en su disculpa ante el Congreso estadounidense, el expresidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, el fragilista doctor Alan Greenspan, ofreció el clásico “Nunca había pasado algo así”. Pues bien, la naturaleza, a diferencia del fragilista Greenspan, se prepara para lo que no ha sucedido antes presuponiendo que puede ocurrir algo peor.
Los Cisnes Negros nos hacen creer que “casi” los hemos previsto porque los podemos explicar retrospectivamente cuando ya han pasado. La ilusión de que los podemos prever impide que nos demos cuenta de su papel en la vida. La vida es más —muchísimo más— laberíntica de lo que aparece en nuestra memoria: la mente convierte la historia en algo uniforme y lineal y hace que subestimemos el azar.
Si sabemos en qué lado estamos de la tríada, es decir, si somos frágiles, robustos o antifrágiles, podemos determinar más fácilmente nuestra sensibilidad al daño causado por la volatilidad en lugar de rompernos la cabeza tratando de prever el suceso raro (Cisne Negro) que nos puede causar un daño irreparable.
Nuestra misión en la vida (y la de cualquier sistema complejo que se precie) pasa a ser, simplemente, la de no pensar como el pavo o, si es posible, la de ser todo lo contrario, es decir, antifrágiles. Pero para no ser como nuestro querido pavo debemos empezar entendiendo la diferencia entre la estabilidad verdadera y la artificial.
Consideremos la suerte que han corrido los hermanos John y George. John lleva veinticinco años de administrativo en el departamento de personal de un gran banco. George es taxista.
John tiene un sueldo totalmente previsible (o eso cree), además de seguro médico y cuatro semanas de vacaciones al año. Suele despertarse diciéndose a sí mismo que “la vida va bien”. Pero eso era antes de que estallara la crisis bancaria y se diera cuenta de que su trabajo pasaría a ser “redundante”. Estar en el paro le afectaría muchísimo ya que tiene más de cincuenta años.
George tiene días buenos en los que puede ganar un buen dinero; otros son peores y apenas cubre gastos; pero viene a ganar más o menos lo mismo que su hermano. Dada la variabilidad de sus ingresos, siempre se queja de no gozar de la seguridad laboral de su hermano; pero, en el fondo, este anhelo es una ilusión porque acabará mejor parado que él.
Y es que esta es la ilusión fundamental de la vida: la ilusión que nos dice que la aleatoriedad es peligrosa, que es mala, y que hay que eliminarla. Los trabajadores por cuenta propia tienen unos ingresos con cierta volatilidad pero son bastante robustos frente a un Cisne Negro de poca importancia que pueda dejarlos sin ingresos. Sus riesgos son muy claros. Pero no pasa lo mismo con los asalariados: no tienen volatilidad y se ven sorprendidos cuando sus ingresos se quedan en nada tras ser despedidos. Sus riesgos están ocultos.
Gracias a la variabilidad, los profesionales autónomos tienen un poco de antifragilidad: las variaciones pequeñas hacen que se adapten y aprendan del entorno, porque en cierto modo se hallan bajo una presión continua para hacerlo. Recordemos que los estresores son información; estos profesionales afrontan continuamente esos estresores y se amoldan de una manera oportunista.
Así pues, y lamentablemente, a los seres humanos nos da tanto miedo la segunda forma de variabilidad que de una manera ingenua fragilizamos los sistemas —o impedimos que sean antifrágiles— protegiéndolos. En otras palabras, evitar los errores pequeños hace que los grandes sean más graves. Cuanta más variabilidad observamos en un sistema, menos propenso es a los Cisnes Negros.
Y es que la antifragilidad es el mejor antídoto contra los Cisnes Negros. Olvídese de los “científicos” que se dedican a predecir lo impredecible.