Anonimato. Es inmensamente más difícil decidirse a dejar una organización o un equipo (o una familia, si fuera el caso) cuando sentimos que otras personas del equipo nos conocen y comprenden como individuos. Y la persona que puede tener la máxima influencia al tomarse un interés personal en cualquier persona en el trabajo es su jefe. Sí, más incluso que un consejero delegado o un ejecutivo que está tres niveles más arriba en el escalafón, es preciso que el supervisor directo se tome un interés personal genuino en cada uno de sus empleados, con el fin de aumentar su satisfacción y realización personal.
¿Qué significa exactamente tomarse un interés personal por alguien? He oído a formadores de dirección que aconsejan a los supervisores escuchar la música que escuchan sus empleados y ver los programas de televisión que ellos ven. Aunque supongo que esto puede ser útil en algunas situaciones, no me parece un primer paso enormemente útil. Para empezar, podría parecer falso y tonto que un jefe de planta de cincuenta años empiece a hablar de que escucha hip hop y ve Cribs, de MTV. Los empleados pueden olerse un intento insincero de establecer “vínculos con los empleados” a mucha distancia. El otro problema con la imitación de una cultura de empresa (si existe tal cosa) es que es general y estereotipada por naturaleza y, con frecuencia, refuerza en los empleados la convicción de que son vistos como algo genérico.
Algunos dirán que las estrellas de rock, los jugadores y los actores influyen en la vida de los demás, y yo estaría de acuerdo en que es así. No obstante, con frecuencia pierden de vista esta influencia, o no consiguen aprovechar sus oportunidades de ejercerla. Ven su trabajo como una serie de actividades personales, sin una conexión clara con la vida diaria de los demás.
Todos los empleados, sean estrellas de rock, ingenieros de software o maestros, deben responder a dos preguntas a fin de establecer la repercusión de sus puestos de trabajo. Y es responsabilidad del director ayudarlos a hacerlo.
¿Quién? La primera pregunta que tienen que contestar es “¿A quién estoy ayudando?”. El lugar más evidente donde buscar es entre los clientes. Para los auxiliares de vuelo, los cajeros de un establecimiento de comida rápida, los maestros, sacerdotes, médicos, camareros y vendedores, esta es la elección más fácil. Pero para muchos empleados fuera del sector de los servicios, desde el consejero delegado hasta el empleado de contabilidad, pasando por el director de tecnología de la información, la interacción con los clientes es un suceso relativamente raro.
Para ellos, con frecuencia la respuesta es “clientes internos”, es decir, otros empleados y departamentos dentro de la organización. Habrá quien lea esto y diga: “Dentro de nuestra empresa, todos deberían servir a los clientes… y yo estaría de acuerdo. Pero esto no significa que los clientes sean los primeros en cuya vida todos pueden estar seguros de influir de forma cotidiana, ni que la satisfacción de todos se derive de influir en alguien que raramente o nunca ven”.
Para un consejero delegado, la respuesta a la pregunta de “¿En la vida de quién influyo?” incluirá, sin ninguna duda, “el equipo ejecutivo”. Para los contables, probablemente será el jefe de finanzas o de cualquier departamento dentro de la empresa con la que colaboren. Y para muchos —prepárese— la respuesta será, con frecuencia, su jefe.
Exacto. Aunque al parecer es algo que va en contra de todo lo que hemos aprendido relativo al liderazgo de servicio (un concepto que me encanta, por cierto), a veces, los directores deben ayudar a que sus empleados comprendan que su trabajo tiene un efecto importante en ellos. Es una idea que resulta difícil de tragar porque conjura imágenes de supervisores egoístas que envían a sus empleados a hacer recados personales y los obligan a estar siempre a su total disposición. Por ello, con frecuencia los directores quitan importancia al efecto muy real que el trabajo de sus empleados tiene en su propia satisfacción y desarrollo profesionales.
Y es una tragedia en sí misma porque, a menos que ya crean que su jefe es un cretino, los empleados reciben mucha satisfacción y energía cuando su supervisor les agradece lo que han hecho y les explica la diferencia que representan para ellos personalmente.
Piénselo de nuevo. Es el miedo a parecer egoístas lo que nos impide dar a nuestros empleados la satisfacción de saber que nos han ayudado. Lo irónico es que, como resultado, ellos piensan que no les damos ninguna importancia.
Los directores harían mucho mejor en ser francos con los empleados. “El informe que usted ha preparado para mi presentación era estupendo. Todos han quedado impresionados y me han pedido que le diga que ha hecho un buen trabajo. Además, quiero decirle que ha hecho que yo y todo el departamento destacáramos a los ojos del consejero delegado. Gracias”. Estas palabras quedan muy lejos de “Hoy me ha hecho usted parecer un campeón y no me olvidaré de la gente pequeña como usted cuando sea rico y famoso”. Y sin duda es mejor que el genérico “Ha hecho usted un buen trabajo”.
Cuando los directores hacen como que no valoran el efecto del trabajo de sus empleados en su propia carrera y satisfacción en el trabajo —aunque actúen así por humildad—, les están privando de sentir que han marcado una diferencia.
¿Cómo? La siguiente pregunta que los directores deben ayudar a contestar a los empleados es “¿Cómo estoy ayudando?”. Y la respuesta no siempre es evidente.
Cuando un camarero del servicio de habitaciones del Embassy Suites, junto al aeropuerto, le lleva el desayuno a un cliente, no solo le está entregando comida. Está ayudando a un viajero cansado a sentirse mejor por tener que estar en la carretera, lo cual puede tener un efecto significativo en cómo vea la vida ese día.
Y cuando la empleada del departamento de facturación de una consulta médica ayuda a un paciente a encontrar el recibo de una visita realizada seis meses antes, no se limita a proporcionarle información. Le da paz mental para que se sienta un poco menos estresado sobre la gestión de la atención sanitaria a su familia, algo que causa sus propios problemas de salud.
Algunos directores pondrán mala cara al leer esto. Dirán: “Venga ya, el camarero del servicio de habitaciones lleva el desayuno y la empleada de facturación se ocupa de un trámite, y punto”. Y esto nos lleva al aspecto fundamental. Si los directores no pueden ver más allá de lo que sus empleados hacen y ayudarlos a comprender a quién ayudan y cómo marcan una diferencia, entonces esos trabajos por fuerza tienen que ser desmoralizadores. Recuerde que los empleados de Southwest Airlines están haciendo, en gran medida, el mismo trabajo que los empleados de cualquier otra línea aérea y, sin embargo, hay muchos menos puestos de trabajo desmoralizadores en Southwest. Y los chicos de instituto que trabajan en In-N-Out Burger y Chick-fil-A están haciendo, en gran medida, el mismo trabajo que los que trabajan en cualquier otro restaurante de comida rápida y, sin embargo, hay muchos menos trabajos desmoralizadores en ln-N-Out y Chick-fil-A.
La diferencia no está en el trabajo mismo. Está en la dirección. Y una de las cosas más importantes que deben hacer los directores es ayudar a los empleados a ver por qué su trabajo le importa a alguien. Incluso si, a algunos, esto les parece sensiblero, es una parte fundamental de la naturaleza humana.
“Inmedición”. Antes que nada, déjenme que les diga que “inmedición” no es una palabra que se encuentre en los diccionarios. La he usado para describir esta tercera señal de un trabajo desmoralizador, porque no he encontrado un sinónimo adecuado. La inmedición describe, esencialmente, el hecho de que un empleado no dispone de un medio claro para valorar su progreso o éxito en el trabajo. Esto crea ambigüedad y le hace depender de que un director juzgue de forma subjetiva su actuación diaria, semanal o mensualmente.
El problema es que los mejores empleados no quieren que su éxito dependa de la visión o las opiniones subjetivas de otro ser humano. La razón es que, con frecuencia, esto los obliga al politiqueo y el fingimiento, desagradables por diversas razones, la menor de las cuales no es la pérdida de control sobre nuestro destino. Los empleados que pueden medir su propio progreso o contribución desarrollarán un mayor sentido de la responsabilidad y la satisfacción personales que los que no pueden hacerlo.
La clave para instaurar unas mediciones eficaces para un puesto de trabajo es identificar en qué terrenos puede un empleado influir directamente y, a continuación, asegurarse de que las mediciones específicas guarden relación con la persona o personas a las que sirven. Vale la pena insistir en este punto. No vincular la medición con la significación, con el valor que tiene mi trabajo para otros, es ilógico y crea confusión entre los empleados, que se preguntan por qué no se rinden los aspectos más importantes de su trabajo.
Con demasiada frecuencia, un ejecutivo tratará de infundir ánimo en los empleados fijándoles algún macroobjetivo (por ejemplo, llegar a una cifra de ingresos corporativos, reducir los gastos de la compañía o hacer subir el precio de las acciones).
El problema es que la mayoría de los empleados no tiene ninguna influencia directa en estas cosas, ciertamente no de forma diaria. Cuando comprenden que no hay un vínculo claro y observable entre responsabilidades diarias de su puesto de trabajo y el baremo con el que los van a medir, pierden interés y se sienten incapaces de controlar su propio destino. Y cuando muchos directores se sienten tentados de acusarlos de ser perezosos o desdeñar el bienestar de la compañía, es porque no comprenden que lo que sus empleados buscan es una medición que esté más estrechamente ligada a su trabajo real.
Esta es la razón de que muchos vendedores disfruten de su trabajo. No dependen de otros que les digan si han tenido éxito o han fracasado. Al final del día —o mejor todavía, del trimestre— un vendedor conoce sus resultados y se siente responsable de ellos.
Los deportes son otro terreno donde las mediciones están claras (aunque el anonimato y la falta de significación son problemas frecuentes). Imaginemos un partido de baloncesto donde no se llevara el tanteo y se eligiera un ganador basándose en el criterio subjetivo de los jueces. ¿No le parece desmoralizador?
Consideremos un lanzador de béisbol que baja del montículo sin tener ninguna evidencia estadística de su propia actuación, sino que depende únicamente de la reacción instintiva de su entrenador. Por desgracia, esto es demasiado frecuente en la manera en que se dirige y valora a muchos empleados.
A diferencia de los deportes, no es preciso que las mediciones empresariales sean totalmente cuantitativas para ser eficaces. En muchos casos, tratar de cuantificar en exceso las cosas que se quiere medir asignándoles unos valores estrictamente numéricos las convierte en carentes de significación, porque el baremo aplicado es artificial. Las mediciones más eficaces y apropiadas suelen referirse a la conducta del empleado, y quizá solo exijan una encuesta informal entre los clientes, o incluso observar una conducta que indique satisfacción.
Curiosamente, para ser eficaz, un elemento medible no tiene por qué ir unido a la compensación económica. De hecho, las investigaciones psicológicas indican que, a veces, relacionarlo con un pago puede disminuir el incentivo. Sea o no verdad en una situación dada, la cuestión es que queremos elementos medibles para tener un sentido intrínseco de logro. Los grandes jugadores no se entusiasman por marcar goles porque sepan que influirá en sus contratos... aunque, ciertamente, no rechazarán el dinero. Lo hacen porque les gusta competir.
Puede que los escépticos estén en desacuerdo con esto. Quizá señalen a los vendedores y los acusen de funcionar con monedas, de estar motivados principalmente por el dinero. En realidad, la mayoría de los grandes vendedores están motivados, sobre todo, por ganar, por alcanzar una meta. Sí, una meta que va ligada a una compensación económica, pero el dinero en sí mismo solo es la salsa. Esta es la razón de que muchos vendedores se involucren en otras actividades competitivas, atléticas o de otro tipo. Les encantan competir y ganar, tanto si la recompensa es económica como si no lo es.